NOVELA
La primavera corta, el largo invierno
Espasa Calpe, 1999; Círculo de Lectores, 2000
Un hombre y una mujer se miran a los ojos y la realidad se vuelve otra cosa, una noche en la que la lluvia, unas gafas rotas y la rueda pinchada de un coche son el camino que les conducirá hacia el deseo y la felicidad. ¿Y quién dice que los deseos no se cumplen? A partir de ese momento, Pedro, Azul, y Ana, Bruja, ya no serán más lo que eran, atrapados por la fuerza del destino. Porque las primaveras suelen ser cortas, y tras ellas llega el cruel y largo invierno, la búsqueda, la desesperación, los recuerdos que duelen, la pérdida… Azul tocará el Cielo con sus manos, conocerá el Infierno en su afán por olvidar a Bruja, intentará representar la ausencia de dolor en un cuadro imposible, se enfrentará a Dios y pretenderá derrotarlo. Viajará por el Purgatorio, por todo el mundo, en busca de su amor perdido y gritará desesperado sin que nadie le escuche.
Con una escritura trabajada y deslumbrante, Martín Casariego da una vuelta de tuerca a toda su obra y logra una novela profunda e intensa, de un alcance y una ambición poco comunes en el panorama literario actual.
Visión personal
Es una novela muy abierta en cuanto a su contenido y sus significados, por lo que los distintos lectores pueden enfocarla de manera diferente: el tiempo, la locura, el amor, la creación artística, el destino del hombre, el bien y el mal, la fraternidad, la posibilidad de rebelarse contra Dios, la soledad, son algunos de sus muchos temas. Aunque sea esencialmente una historia de amor apasionado, de esos que van “más allá de la muerte”, no tiene nada que ver con la novela rosa, un género que respeto pero que no me gusta como lector, y del que, por lo tanto, me alejo como escritor. Es la que me ha llevado más tiempo, en gran parte por la dificultad de encontrar tres formas distintas de narrar que no se perjudicaran, sino que se reforzaran: la escribí a lo largo de ocho años, con interrupciones, y eso ha permitido que tenga diferentes niveles y capas de lectura, que se van superponiendo. Está dividida en tres partes, en tres etapas de la vida del protagonista, Pedro (inspirado en mi hermano mayor): una corresponde a su amor perfecto con Ana, y simboliza el Cielo; otra, a su soledad, años de desvarío, desorden y sufrimiento, y simboliza el Infierno; la tercera se correspondería con el Purgatorio, y está constituida por los viajes que emprende Pedro con la esperanza de encontrar, por la fuerza de su amor, a Ana, de quien lleva ya quince años sin tener noticia. Por otro lado, la novela se puede leer de manera realista, y entonces Pedro sería un hombre que enloquece, o de manera mágica, y Ana sería una bruja, y los dos amantes, las víctimas de una maldición, de una venganza. En cierta editorial me propusieron publicar la novela eliminando una de esas tres partes; me pareció un disparate, y la publiqué en Espasa tres años más tarde. Cuando empecé a escribirla, la llamaba para mí Bruja o Azul, por los nombres que se ponen en el amor los protagonistas. En alguno de esos ocho años, me decidí por La primavera corta, el largo invierno, porque resumía muy bien el espíritu de la novela.
Críticas
Entrevistas
Entrevistas concedidas con motivo de la publicación del libro.
Primer capítulo
Chicharras por el día, grillos por la noche: el bordoneo de los abejorros, mi vida está llena de las cosas que ella vació. Como todos los días de este caluroso verano, mi hermano se sienta en el jardín, a la sombra de los chopos y de la valla de alambre cubierta por la hiedra. Inmóvil, pasa las horas observando Madrid, que en algunas ocasiones se ve muy limpio, como si el aire, de tan puro, no existiera, mientras que en otras se difumina, turbio y pesado, sucio, plomizo. En los atardeceres, entre las nueve y las diez de la noche, una luz naranja lo baña, y convierte la vista en un espectáculo cambiante y casi místico, como si la ciudad fuera un inmenso templo desordenado y pagano que se desplegase indolente en un arco de ladrillo y piedra blanca, interrumpido únicamente por el álamo canadiense de nuestro terreno y por los pinos, cipreses y cedros de las casas vecinas. Mi hermano distingue algunos edificios: la cúpula de San Francisco el Grande, el Palacio Real, la Torre de Madrid, el Ministerio del Aire, la Escuela de Caminos y la Facultad de Geografía e Historia, el Windsor, el Banco Bilbao Vizcaya, la Torre Picasso, las Torres Kio, que se inclinan la una hacia la otra sin llegar a besarse y que en los Años Dorados no existían…
Por las noches, se instala en el tejado con un zumo de naranja con hielo, que bebe lentamente mientras transpira en silencio. Las luces destacan en blanco la mole del Palacio de Oriente. De cuando en cuando, el canto de un mirlo, de una urraca, o de otros pájaros cuyo trino nunca hemos identificado. El insistente ladrido de un perro es contestado, a mayor distancia, por otro igualmente tenaz y quejumbroso. Mi hermano se desilusionaba, y concebía un plan tan absurdo y disparatado como su estéril espera. Una noche en la que mi mujer, a la que el calor dificultaba el sueño, me pidió un vaso de agua, subí a la terraza antes de llevárselo. Tal como suponía, mi hermano se hallaba sentado, quieto como un asceta, en la cumbrera del tejado. Con cuidado de no resbalar, llegué hasta él y me senté a su lado. Frente a nosotros, Madrid se desplegaba en un arco plateado solamente interrumpido por la copa de algunos árboles…
-¿Qué haces así, día tras día, todas las noches, siempre en el jardín o en el tejado, sin hacer nada? -le pregunté al fin.
Ninguna brisa corría, el aire estaba en calma. En lo alto, la impasibilidad de las estrellas, y, de vez en cuando, el ladrido de un perro que es respondido en la distancia…
-Estoy esperándola -contestó.
Y aunque hacía años que no hablaba de ella, no me cupo ni la más pequeña duda de a quién se refería. En su desorientación, imaginaba, quizá, que descendería al tejado montada en una escoba, o a lomos de un enorme gato negro…
Tardé semanas, o puede que meses, en comprenderlo bien: había citado a Bruja telepáticamente, en el tejado, confiando en que la fuerza de su recíproco e inextinguible amor, de aquel amor plácido y furioso con el que habían disfrazado Madrid quince años antes, la llevara hasta allí. Aquellos nueve meses con ella habían sido su Cielo en la tierra. Después vinieron esos años que él llamó los Años Oscuros, años de desorden, confusión, rebeldía y sufrimiento, años sin ella y contra los dos poderes, que empezaron el día del maleficio de Anastasia, la bruja malvada, y que terminaron el día en el que Dios cumplió sus amenazas, mi hermano gritando, sumido en una crisis, su conciencia perdida, que poco a poco recuperaría a nuestro lado, al mío, al de mi mujer y al de mi hijo. Y yo, Roberto, su último hermano, el pequeño, incapaz como todos de cambiar el curso de los acontecimientos, quiero contar esta historia tal como fue y tal como me la imaginé, esta historia de amor infinito, de locura y de extravío, de un hombre que conoció aquí el Cielo, el Infierno y el Purgatorio, en orden cronológico que yo he alterado, pues he empezado, por el Purgatorio, con él en el tejado, mientras espera inútilmente la llegada de ella, mientras hace acopio de fuerzas para decidirse a abandonarlo todo y recorrer el mundo en su busca, amor colérico y plácido.