ENTREVISTA

Martín Casariego: la pérdida de la inocencia.

Por Begoña Piña. Qué Leer, nº 142, abril de 2009.

Autor de la sensibilidad, las emociones y las sensaciones, Martín Casariego se ha hecho una finta a sí mismo para marcarse una novela de tema social. La jauría y la niebla (Algaida) ha obtenido el Premio Logroño gracias a su retrato de un acoso escolar en el País Vasco.

A través de tres personajes, el autor retrata en La jauría y la niebla la pérdida de la inocencia, el descubrimiento del dolor y la resignación. Todo ello con el relato de los hechos de un día en la vida de estas tres personas: un niño de unos siete años al que descubren el secreto de los Reyes Magos; su hermano mayor, un adolescente salvajemente acosado por algunos de sus compañeros, y un escritor que visita el colegio de ambos para hablar de uno de sus libros.

–Poner voz a un niño o a un adolescente es especialmente delicado?

–Escribir de niños es muy delicado, porque no te tienes que pasar de ñoño ni de sabiondo. Pero todo lo que va haciendo el personaje son cosas de las que yo me acuerdo, los juegos, los piques… Y, además, ahora estoy descubriendo muchas otras cosas con mis hijos. Mi hijo de cuatro años, por ejemplo, me pregunta mucho por la muerte. Y es que los miedos empiezan antes de lo que se suele pensar.

–El mundo interior del adolescente es más complicado. ¿También ha echado mano a su experiencia?

-Sí, también. Lo que pasa es que recuerdo con más cariño mi infancia que mi adolescencia. En la adolescencia y la infancia ya piensas en cosas fundamentales del mundo y de la vida, aunque luego las abandonas. Yo, desde luego, a esa edad pensaba mucho más en dios, la muerte, el espacio, el infinito… Ahora lo sigo pensando, pero doy la batalla por perdida y prefiero centrarme en otras cosas.

–Este adolescente vive un infierno, para ello no le habrán valido sus recuerdos…

–Las reflexiones del chico de la novela, un chico de catorce, son posibles. Lo que le pasa es algo que ocurre con cualquier persona maltratada. Pierdes la autoestima, te empiezas a considerar culpable, empiezas a pensar que a lo mejor te lo mereces…

Los tres personajes viven historias de amor. ¿Se acuerda del primer amor?

La primera vez que recuerdo haberme enamorado es con siete años, la edad del niño de la novela.

Adiós a la infancia

–Una vez más, la juventud aparece en su novela. ¿Por qué fabula tanto alrededor de ella?

–Primero, porque yo empecé a publicar con 27 y muchos de esos libros los he escrito entre los 27 y los 35. Y segundo, porque, aunque creo que cualquier momento de la vida es interesante, en la adolescencia y la juventud todavía te puedes permitir los sueños y vivir con ellos. Y eso para escribir también es más bonito. A mi edad, aunque sigues teniendo sueños, son menos y son más reducidos.

–A pesar de ser una novela sobre el acoso escolar, da la impresión de que la intención es más emocionar que concienciar. ¿Es así?

–La literatura lo que tiene que hacer es emocionar. Y las cosas que te emocionan son seguramente también las que te hacen reflexionar. Para que a mí un libro me emocione tiene que estar bien construido, bien escrito… A mí la historia de una jovencita de la edad que tiene Julieta, que se suicida por amor, pues en sí, si no está muy bien escrita, me aburre, me da risa.

–Estar encerrado años con una historia así y ser padre, ¿hace doloroso el trabajo?

–Para mí no es doloroso, pero es una cosa extraña. Ha habido momentos difíciles, claro, y creo que está bien que sea así. Yo no podría escribir manteniendo la frialdad, una distancia total, no me implicaría en la historia y no la escribiría.

–Y con este trabajo ¿ha crecido el instinto protector hacia sus hijos?

No creo que por escribir esta novela me preocupe más lo de mis hijos, aunque sí es verdad que ahora estamos todos muy alerta. Y yo creo que eso está muy bien, pero también que ahora somos demasiado protectores. Hay que encontrar el término medio.

–Una de las aventuras del niño es la de la decepción, conocer el secreto de los Reyes Magos. ¿Es el primer paso para perder la inocencia?

–Para mí es como el símbolo. Aunque los cambios de las distintas épocas de la vida se producen poco a poco, en la biografía de todos nosotros hay ese cambio, que es muy puntual. Se produce con siete, con ocho, nueve años. Tampoco creo que sea el fin de al infancia, pero sí que es un momento muy importante porque descubres que la magia posiblemente no exista y que la gente que tú más quieres te puede engañar.

–¿Usted se acuerda?

–No me acuerdo de cuando me enteré y me sorprende, porque tengo bastantes recuerdos de la infancia…

–Sin embargo, lo que le pasa al niño pequeño de su historia es más terrible que eso…

–Le han robado la infancia. Lo horrible del acoso escolar, además del caso concreto, evidentemente, es el sufrimiento de los seres cercanos. Y en este caso, a este niño, el hermano pequeño, lo han destrozado. Y no quiero imaginar el dolor de unos padres…

–Ahí introduce el tema del suicidio, que usted desgraciadamente vivió con el de su hermano Pedro. Podía haber esquivado el asunto, pero no lo ha hecho, ¿ha sido duro?

–Lo que pasa es que, cuando murió mi hermano, yo tenía 31 años. Para mí ha sido, como es normal, muy doloroso, pero si yo hubiera tenido ocho años, creo que hubiera sido mucho más terrible. Y si es un hijo tuyo, es mucho más terrible aún. Es una cosa que tengo y, aunque procuro no pensar mucho en ello, forma ya parte de mi vida. Y, en el fondo, yo creo que todos acabamos escribiendo de nuestras experiencias y de nuestros sueños y de nuestras conquistas y de nuestros fracasos. Alguna vez me he planteado escribir algo más directamente sobre mi hermano, pero todavía no lo he hecho. Si lo hiciera, no lo novelaría. A lo mejor dentro de un tiempo lo hago.

Una lectura metafórica

–¿El adulto de su historia es símbolo de la resignación?

–Una vez que vas viendo cómo es la vida, que te han caído palos por todos lados… lo grande ya no te lo crees. Y tienes que ir buscando otras cosas. Cuando eres más pequeño, te preocupas por lo grande, y cuando eres mayor te preocupas por lo pequeño.

–Ese personaje es un escritor que visita colegios para hablar a sus jóvenes lectores. ¿Cuántas anécdotas propias hay en esta parte de la novela?

–Creo que todo lo he vivido yo. Los niños pequeños son muy graciosos. En ellos hay entusiasmo y a la vez una capacidad muy limitada de mantener mucho tiempo seguido la atención. Tienen esa cosa de ponerse serios cuando les dicen que entra el autor… Claro que me ha pasado. Esos casos de espontaneidad, de ternura… Y me han preguntado esas mismas cosas, que si soy feliz… O cuando hablas de un animal y uno tiene un perro, otro un loro… En la novela, he puesto al escritor un poco más impaciente quizás de lo que pueda ser yo, pero es que es muy comprensible. Cuando te agarran y empiezan a tirar de ti… Alguna vez me ha dado miedo que me metan en el ojo un bolígrafo, porque se acercan, te empujan, vociferan… Esa es la parte que tiene humor de la novela. Cuando hacía eso, me reía.

–Ha ambientado la novela en el País Vasco. ¿Le preocupa que se haga una lectura metafórica?

–Esa pregunta no tiene una respuesta tan clara. Yo sé que esto me va a traer cierta cola, que va a haber gente que leerá la novela políticamente. No es una novela partidista; ahora bien, que se interprete como política en el sentido de que tiene una postura cívica, pues me parece muy bien. Lo he hecho conscientemente, yo tampoco soy idiota. No he caído en la tentación de que al chico lo acosen porque sea un maqueto, que podía haber sido un motivo. Me interesaba marcar una cierta distancia, porque en el libro hablo de muchas cosas, de suicidio, del acoso, del ensañamiento del grupo con el individuo… de cómo se puede desatar una violencia brutal. Me parece muy importante hablar de cómo esa violencia está soterrada y cómo de pronto puede estallar. Y es importante reflexionar sobre lo difícil que es enfrentarse a eso, porque es más fácil mirar a otro lado.

–Ese mirar hacia otro lado va a hacer pupa en el País Vasco.

–Pues me parece muy bien. Pero es que en el País Vasco ocurre con catorce y con cuarenta años, y fuera del colegio, en la calle. Es que yo leo los periódicos y veo los telediarios. He procurado hacer una novela contenida y muy documentada en esto. Que yo no me invento la figura del vigilante lingüístico, ni me invento el nombre de una plaza que tiene el nombre de un terrorista, ni el que pisoteen las flores de una viuda… Es que a veces que te pongan un espejo delante es muy molesto. El que se vea feo en ese espejo, pues que piense. Puede haber quien piense que yo me meto en un terreno incómodo. A lo mejor, para mí es muy incómodo no pisar nunca ese terreno y hacer como que eso no pasa, ¿no? El que se identifique con los acosadores o con el que mira a otro lado se está retratando él, yo no he señalado a nadie.

–Usted no es un escritor que trabaje sobre temas sociales, ¿por qué lo ha hecho ahora?

–Es verdad, en las otras hay un interés por los asuntos del espíritu de cada individuo. Pero aquí he querido hacer una novela para que nos demos cuenta de que hay cosas en la sociedad de las que todos somos responsables. Me interesa eso y es una preocupación social, por los hijos y también por la educación.

–Educación que no está en sus mejores momentos…

–Hemos vivido un momento de gran prosperidad económica y, lamentablemente, no ha servido para que se mejore la educación. Ha empeorado, seguramente. Cuando a un alumno, y eso es igual en el País Vasco que en Madrid, le preguntan si le suena Cortázar, a lo mejor dice que es un conquistador…

–¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

–Somos los responsables de la educación de la siguiente generación. Si tenemos una mejor educación, los que lo hicieron bien fueron nuestros padres y abuelos. ¿Qué es eso de decir que los adolescentes son unos tarados? Si el responsable eres tú y la sociedad. Y claro, te empiezas a plantear si, en ciertas cosas, es igual que el poder sea de izquierdas o de derechas, porque tampoco los socialistas han cambiado o mejorado esto.

–¿Y cuál es la responsabilidad de los profesores?

–Yo me he encontrado a una profesora de Literatura a la que no le gustaba leer. Claro que es un caso entre quinientos. Creo que los que más hartos están son los profesores. Les hemos quitado la autoridad. El mensaje es: profesor no te metas en líos, no hagas bien tu trabajo, porque te pueden denunciar. Ojalá éste sea un libro que haga que algunas personas se sensibilicen más con el acoso escolar, con la educación y con todo.

Educación y represión

–¿Usted diría que en su infancia existía la misma violencia que ahora?

–Puede que ahora haya algo aún peor que el ensañamiento. En el libro se cuenta la historia de una chica que cambia de instituto y los acosadores mandan un mensaje de móvil al instituto nuevo para que la sigan acosando. Eso antes era más difícil. Así que sí, todavía hoy hay un giro más de tuerca.

–¿Qué es lo peor del acoso escolar?

–Lo más aterrador es que eso ocurra justamente en el sitio donde van los niños para ser educados y para convertirse en ciudadanos aprovechables por la sociedad.

–Hay casos reales más crueles que el que usted describe. ¿Ha suavizado la situación intencionadamente?

–La historia a mí me parece que es muy dura, la mires por donde la mires. Pero no he querido cargar las tintas, ni siquiera en el desprecio que yo pueda sentir hacia los acosadores. Ese desprecio también lo tiene que poner el lector. Si cargo las tintas, le quito fuerza.

–Al final, ¿lo que ha hecho es escribir sobre la barbarie que llevamos dentro?

–Es que yo creo que estamos muy cerca de esa barbarie. Hay un apagón en cualquier ciudad y hay robos, violaciones, asesinatos y de todo. Claro, no salimos todos a violar a la vecina. Para controlar eso, una parte es la educación, que es la más eficaz, porque tú solito te controlas. Y luego están la policía y los jueces. La educación y la represión, digan lo que digan. La teoría anarquista de que no haya poder sería el desastre total.

Share This