ENTREVISTA

Martín Casariego: Jóvenes, humor y tiros (fragmento).

Por Juan Carlos Palma, Clarín, nº 12, noviembre-diciembre 1997, pp. 44-48.

Es el paso adelante de una trayectoria que se inició con Qué te voy a contar (Anagrama, 1989, Premio Tigre Juan a la mejor primera novela de ese año), obra que marcó las señas de identidad de una generación y abrió el mercado a un público joven que hasta entonces no encontraba a nadie que le hablara de sus propios problemas. Tras Algunas chicas son como todas (Plot, 1992) y entre medias de dos novelas integradas en la colección juvenil «Espacio Abierto» de Anaya, Y decirte alguna estupidez, por ejemplo, te quiero (1995) y El chico que imitaba a Roberto Carlos (1996), Martín Casariego rindió un paródico homenaje a la novela y el cine negro en Mi precio es ninguno (Plaza & Janés, 1996), una obra con altas dosis de humor –una de sus constantes– y con todos los ingredientes del género: un tipo duro, una femme fatal, matones que beben del estereotipo y muchos tiros. Poco antes de aparecer estas líneas, Casariego ha vuelto a reincidir en la temática juvenil con Qué poca prisa se da el amor (Anaya, 1997).

Paralelamente ha escrito varios relatos integrados en volúmenes colectivos como Cuentos de cine, El Juego de la intriga o McOndo, así como cuentos infantiles. A todo ello hay que añadir su faceta como guionista de cine y de televisión, vertebrada en torno a títulos como Amo tu cama rica, Razones sentimentales o Dos por dos, casi siempre escritos en colaboración con otros autores.

María y el legionario [publicada co el título La hija del coronel] es la primera novela que ambientas en otra época y en un contexto, la Legión, que siempre ha suscitado opiniones enfrentadas.

-La ambienté a finales de los sesenta, todavía con Franco vivo, porque había un clima de violencia que le iba muy bien a la historia: existía la pena de muerte y esas cosas. Al ser un lugar aislado, Melilla era también un marco propicio para su desarrollo. Ahora bien, quiero dejar claro que no he querido tomar partido en la cuestión de la Legión, simplemente he tratado de explicar las circunstancias por las que se llega a cometer un crimen, el hecho real del que parte la historia. Pero estoy seguro de que a pesar de los prejuicios de crueldad que acompañan a la Legión, ello no excluye la camaradería, la amistad. El hecho de ser militar no implica que haya de tener una mala opinión de la persona.

-¿No te parece que, en una situación como la que vive España, hay suficientes motivos para desarrollar una historia de violencia?

-Sería incapaz de escribir una novela que tuviera como protagonistas a unos etarras. Sería muy desagradable meterse en su piel. Yo, por ejemplo, nunca haría algo del tipo de Días contados. Quizás con un poco de distancia sí podría escribir sobre ello, pero ahora mismo no.

-Creo que también es la primera vez que te documentas para una novela, además de recurrir a tu experiencia en Melilla.

-Es la primera vez que me documento específicamente, ya que en las anteriores, al ser de un ambiente juvenil, no lo precisaban. Me fui a Melilla para hablar con legionarios, que me dieron muchas facilidades, y leí las revistas que editaba la propia Legión, así como el «Anecdotario legionario». Por tanto, María y el legionario parte de un elemento real, pero luego los datos recogidos cambian en la novela. En Mi precio es ninguno me documenté sólo para la cuestión de las armas y fue mucho más sencillo, ya que miré un catálogo donde venían todos los tipos con sus especificaciones técnicas. En ella hay también un elemento real, que me llegó a través de mi hermano, que conoció a un tipo en la mili que era guardaespaldas: tenía una cicatriz de bala, una rodilla fastidiada porque le habían tirado por un barranco y varios anillos en las manos para casos de emergencia. Cuando me contaron todo eso me apetecía escribir una novela que fuera así para demostrar que en España eso existe; aquí estamos un poco acomplejados, y parece que los guardaespaldas, los tiros y las palizas sólo existen en Estados Unidos.

-¿Consideras que Qué te voy a contar fue la precursora de todo este fenómeno de la literatura joven, acercando a los jóvenes a las librerías al ofrecerles algo que pedían a gritos: que alguien les hablara de su vida y sus problemas?

-Creo que no había en España muchas novelas con ese tono humorístico, y escritas con mucho desparpajo y frescura. No fue una novela muy normal en el panorama de la época, ni seguramente lo sería ahora. Me refiero sobre todo al tono, ya que los temas juveniles sí se han hecho más frecuentes. Sí, creo que fue un poco precursora, aunque decir eso me da un poco de vergüenza. De hecho se salía de la línea habitual de la editorial Anagrama.

-¿Tenías entonces la sensación de estar haciendo algo nuevo?

-De algo nuevo y de lo que me apetecía hacer a mí. Cuando la escribí tenía 26 ó 27 años y siempre había tenido la idea de escribir sobre algo de lo que había muy poco, una época que coincidía con los inicios de la escritura –a los 17 ó 18 años–, esas edades en las que te pasan cosas que a ti te importan o que a la gente deberían importar y que, sin embargo, apenas habían tenido reflejo en las novelas. De entre éstas, por tener de protagonista a alguien joven y por el tono, mi preferida es El guardián entre el centeno.Qué te voy a contar tenía algo de ese humor, pero mucho más esperpéntico. A esa edad lo que te importa es lo que te pasa a ti y no los problemas de un hombre de 45 años que se acaba de divorciar. En Qué te voy a contar el protagonista no tenía problemas graves –paro, drogas o unos padres alcohólicos–, simplemente trataba de recuperar a la chica de la que estaba enamorado.

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-Prácticamente toda tu obra gira en torno a la temática juvenil, incluso has escrito tres novelas encuadradas en una colección específica para este público.

-Gran parte sí, salvo Mi precio es ninguno, que es un punto y aparte, y María y el legionario en la que, aunque el protagonista tenga 18 años no tiene nada que ver con los 18 de otras novelas. Pero aunque las otras novelas se puedan considerar juveniles, hay diferencias entre ellas. En El chico que imitaba a Roberto Carlos, por ejemplo, los protagonistas son todavía más jóvenes y el ambiente cambia; viven en un barrio pobre de la periferia de Madrid y se dedican a hacer pintadas callejeras. Y decirte alguna estupidez, por ejemplo, te quiero traslada la idea que te dije, la historia del primer amor de un chico en el colegio, algo que no es nada del otro mundo y que a todos nos ha pasado. Pero creo que, a pesar de estar publicadas en la colección Espacio Abierto de Anaya, podrían estar incluidas en una colección normal. Las diferencias con las otras son muy superficiales, como un menor empleo de tacos. En cambio María y el legionario es totalmente distinta, ya que al contar una historia trágica deja poco resquicio al humor. El tema condiciona mucho el tono.

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El tono paródico y desmitificador de Mi precio es ninguno la hace equiparable, en cierto modo, a las de Andreu Martín, ¿el género policiaco en España sólo se puede adoptar desde esta perspectiva?

-La verdad es que no soy un experto en el tema. Es cierto que en España no ha habido mucha tradición de novela policiaca, aunque ahora dicen que se está recuperando. Ha habido varias corrientes, como las de Vázquez Montalbán, Andreu Martín o Juan Madrid.

-En el relato «Dos veces Miranda» aparecido hace poco en una antología vuelves a reincidir en el género.

-«Dos veces Miranda» es mucho más humorística. Es una vuelta de tuerca más, ya que Mi precio es ninguno era, dentro de su humor, mucho más realista, mientras que «Dos veces Miranda» es menos verosímil; el personaje del policía es, por ejemplo, absolutamente disparatado. Los estereotipos y el esperpento se acentúan. En Mi precio es ninguno, al ser una novela de género negro, se mezcla un poco de todo: el cómic en la línea de «Torpedo», la literatura y el cine.

-Se dice que la literatura joven actual está muy contaminada por el cine. En tu caso esta sensación debe agudizarse, al alternar la literatura con la escritura de guiones.

-Eso es algo que también se dice ahora, pero es como decir que a un pintor le influye lo que ha visto de un escultor o al contrario. Lo que pasa es que se usa muchas veces con sentido peyorativo y entonces es lo de siempre: puedes tener influencia de unas cosas y si lo que escribes está bien, has usado esas influencias con buen tino, y viceversa. Pero la literatura se ha basado siempre en imágenes muy poderosas, lo que pasa es que antes no existía el cine. Para mí siempre ha sido una imagen muy fuerte imaginarme a Héctor despidiéndose de su mujer y de su hijo mientras se pone el casco. Se podría pensar que es una influencia cinematográfica porque es muy visual y, sin embargo, es de La Ilíada. Que en una novela haya imágenes o un ritmo más rápido es completamente lógico; si ahora escribes una novela como las del siglo XIX, a lo mejor te dan con ella en la cabeza. Ahora se vive a un ritmo mucho más rápido, la gente tiene otras diversiones, y si coges un novela en la que el narrador se tira quince páginas describiéndote el rostro de una persona, la silla en la que está sentada, etc., nadie te va a soportar. El que escriba igual que hace 200 años va directo al fracaso. A veces lo hace uno y los críticos le dan vueltas diciendo que eso es literatura, pero si lo hicieran cincuenta… Lo que sería absurdo es que no te influyeran las cosas del mundo en que vives: la vida urbana, el avión, el barco, el metro, la prensa, etc. A veces son influencias recíprocas, ya que da que pensar si la literatura no ha influido más al cine: ahora hay una gran cantidad de películas que se basan en novelas.

-En ese sentido, las influencias de Mi precio es ninguno -diálogos lapidarios, imaginería, arquetipos- se delatan explícitamente.

-Ahí las influencias son más evidentes. Entre los quince y los dieciocho años, leí novela negra por colecciones completas; y no sólo de los clásicos -Hammet, Chandler, Goodis…- sino de Simenon, una colección que incluía a Stepanenko y a algunos autores suecos y la que hicieron Borges y Bioy Casares para «El séptimo círculo». El cine que te influye está basado en esa literatura. No es tan fácil separarlos; aunque haya visto muchas películas policiacas he leído también muchas novelas. Tengo una cultura audiovisual, pero también he leído mucho.

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-¿Qué diferencia el trabajo de un guionista del de un novelista?

-En una novela tienes mucha más libertad para hacer lo que quieras, para ir y venir, enrollarte más con algo, contar el pasado de alguien o lo que está pensando… En un guión tienes que ser mucho más directo, tienes que ir más al grano.

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-Tu hermano Pedro es considerado hoy como un poeta de culto, Antón escribe guiones contigo… Parece que los Casariego habéis tenido las mismas inquietudes artísticas.

-No sé por qué. En mi casa siempre hemos leído mucho. Éramos muchos hermanos y desde muy pequeños hemos leído siempre. Pedro escribió libros de poesía, Antón ha escrito guiones conmigo y el más pequeño. Nicolás, va a publicar en el primer trimestre del próximo año su primera novela, en Espasa.

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