ENTREVISTA

El hermano más inquieto.

Por Begoña Piña. Qué Leer, nº 91, septiembre de 2004.

Nieve al sol (Espasa) ha significado el retorno a las librerías de este autor sereno y seductor, estandarte de una de las familias más literarias del país. Sus páginas merodean por el mundo del amor, las malas decisiones y la culpa que puede llegar a convertirse en condena.

No para de moverse. Se enreda en juegos con el género negro, de ahí pasa a la literatura infantil, de esta a los dramas románticos, luego se escapa a la aventura de los libros para jóvenes, se apunta a los guiones para cine y televisión, escribe columnas y artículos en prensa e, incluso, en consultorios sentimentales. Martín Casariego es un incansable trabajador de la literatura que ha sufrido una asombrosa evolución: de ser el pequeño salvaje que casi deja tuerto a uno de sus hermanos con un flecha, se ha convertido en el que, para muchos, es uno de los miembros más destacados de la generación de novelistas a la que dicen que pertenece. Ahora, con la novela Nieve al sol , hace un nuevo ejercicio literario. Es la historia de Rafael, un penitente que sufre voluntariamente por todos los errores cometidos a causa de un amor terriblemente equivocado. Contada en dos tiempos y en dos espacios diferentes, Madrid y Roma, la novela coquetea con el género negro, tiene espacio para una voz más intimista y deja que el personaje hable en presente del pasado y en pasado del presente.

 

De Madrid a Roma

–Usted es muy partidario de Madrid en sus libros, ¿por qué eligió Roma para este?

–Porque me dio una beca la Academia de España en Roma para este proyecto. La novela la empecé allí sobre una idea que ya tenía y que fue la que presenté. Es verdad que casi todas mis novelas transcurren en Madrid, excepto La hija del Coronel que está ambientada en Melilla. En Nieve al sol, Roma tiene un peso especial en la historia. Y, curiosamente, el Madrid del libro es una ciudad más inventada, menos presente. Roma es más real, está más descrita, más reconocible y me sirve para los elementos simbólicos. Porque a mí no me gusta el realismo mágico, pero sí que haya una lectura de una historia cotidiana con elementos simbólicos.

–Es la historia de un amor fatal. ¿De dónde nació una idea así?

–Buscaba una historia trágica con redención posterior. Pensé en la posibilidad de que en el mal hubiera algo que fuera reparador. Es un relato de segundas oportunidades y de culpa. En una parte del libro, el personaje es un idealista peligroso porque quiere que la realidad cambie y tome la forma que él desea. Se cree muy enamorado, pero su visión está distorsionada. Es un tipo con teorías de adolescente.

–¿Cree de verdad que el amor puede llegar a ser tan ciego?

–Sí. Pero lo más tremendo de esta historia es que el personaje se da cuenta de que, cuando tiene que elegir y no tiene tiempo para pensar, se elige a sí mismo antes que a la otra persona. Eso hace que se desprecie y, como no se atreve a morir, se impone una especie de castigo que es vivir como un muerto en vida.

–Usted apuesta por el amor puro de las relaciones familiares.

–Creo que lo que todos buscamos es el amor incondicional, que nos quieran hagamos lo que hagamos y seamos como seamos. Yeso se da más en los lazos familiares que en los demás. El amor romántico está más sujeto a otras cosas.

–¿Pero no cree posible enamorarse de alguien de la familia?

–Creo que existen todas las posibilidades, lo que pasa es que vivimos con unas barreras culturales y, seguramente, también existe una especie de alarma que nos avisa. Pero hay tantas variaciones posibles en la vida, que te puede pasar de todo. Y la literatura te da la libertad de escoger cualquier camino. Yo he elegido que este personaje sufra una gran confusión emocional.

Juegos y cambios

–El libro juega con las claves del género negro y del relato intimista, cambia los tiempos, la forma de los diálogos… ¿Todo eso era necesario para esta historia?

–He pretendido hacer una novela que tuviera ciertos riesgos literarios y, sin huir de las complicaciones, buscar lo que fuera más sencillo. Procuro que no haya elementos gratuitos. Los diálogos son distintos en las dos partes, porque son dos perspectivas del personaje. Quiero que se mantenga la intriga, que, aunque el lector sepa qué ha pasado, no sepa cómo, ni por qué. La intriga no siempre es saber quién ha matado a alguien. El pasado de la historia está escrito en presente y el presente en pasado, porque él necesita acercarse al pasado y asimilar el presente. Es una historia compleja. No fue fácil escribirla, por los temas que trata y porque pasan cosas muy tremendas y los personajes están desvalidos. y quería poner al lector en su punto de vista.

–Hace casi una declaración de intenciones para salvar al personaje. ¿Hay que salvar siempre a un personaje por su capacidad de amor?

–Mientras no estropees una historia, tener piedad de los personajes es bueno, pero los motivos deben ser literarios y estar por encima de tus apetencias. Este personaje es una buena persona en el fondo, solo que es un desgraciado que se ha equivocado. Le doy una oportunidad porque me da pena. Salvar al personaje está en la base de la novela; no la hubiera escrito si no estuviera el elemento salvación. De hecho, se iba a llamar Redención.

–¿A usted le caen bien sus personajes?

–Los siento cercanos a mí. En esta novela, el personaje mejor es el de la chica joven. Su madre no me cae bien. y no me gustaría ser como el personaje principal, pero no me resulta antipático; es una especie de víctima, aunque peligrosa. Pero me da pena. Lo veo con una cierta piedad porque vive un castigo desproporcionado. Nunca he escrito una novela en que los personajes sean insalvables, no me gustaría hacerla. Prefiero comprenderlos, apreciarlos, compadecerlos… En La hija del coronel quise crear un personaje que fuera una especie de animal y acabó siendo una víctima.

–¿Pertenece usted al clan de los vampiros de la literatura?

–Vampirizar es normal. Hay novelas en las que eres más consciente de que hay alguien que conoces reflejado en algún personaje, aunque siempre hay que inventar la mayor parte. Y de mí mismo siempre hay cosas, desde los personajes hasta sensaciones, inclinaciones…

–¿Su familia lo ha vampirizado a usted? ¿Es escritor por ser un Casariego?

–Nosotros de niños éramos normales, aunque debíamos parecer un poco raros. Tengo recuerdos de la infancia de todos los hermanos jugando al fútbol, haciendo deporte, también muchas burradas… Una vez le disparé una flecha a uno de mis hermanos y casi lo dejo tuerto. Pero también recuerdo a todos los hermanos y a mis padres en el salón, leyendo. Es una imagen que no creo que sea frecuente. Mi padre era arquitecto, pero tenía una cultura muy completa. Leíamos los libros de su biblioteca. El que dio el primer paso fue Pedro, porque no había antecedentes. Para mí él ha sido un modelo literario. Cuando me pregunto por qué escribo, pienso que, seguramente, con otra familia no lo habría hecho. Ellos me marcaron el tipo de lecturas, la manera de escribir. Pedro me ha influido mucho y creo que a Nicolás le pasa algo parecido.

–Lo consideran uno de los más destacados representantes de una generación de novelistas. ¿Qué piensa al respecto?

–Para mí es un halago. Pero creo que eso de las generaciones pertenece un poco al pasado. Creo que ahora hay más variedad, que no predomina nada.

–Se resiste a anclarse en un solo género. ¿Le agrada jugar, está buscando su territorio, cree que la literatura es riesgo…?

–Siempre me gusta tener un componente de riesgo y que los libros sean distintos unos de otros. Busco cambiar, pero son el argumento y la edad de los personajes los que me llevan a tomar las decisiones, porque intento decir las cosas de la manera más sencilla posible. Por eso espero que esta novela sea fácil de leer, aunque me ha costado un año más de lo que planeaba.

–¿Por qué?

–Porque la reescribí entera. Siempre paso mis textos a personas de confianza antes de enviarlos ala editorial y, cuando leyeron este, me dijeron que el loco era yo y no el personaje, así que la cambié.

Autor polifacético

–En ese tanteo, también ha escrito sobre la televisión en prensa. ¿Se puede hacer de la televisión un objeto literario?

–Con la televisión se puede hacer de todo; te ofrece todos los temas y puedes establecer un distanciamiento y aplicar acidez e ironía, porque es todo tan esperpéntico…

–Divierte más imaginarlo escribiendo en un consultorio sentimental.

–Eso se le ocurrió a Ana Rosa Semprún, que por entonces era la directora de Marie Claire. No pretendía dar lecciones a nadie, intentaba dar respuestas sensatas, pero quitando hierro. Me di cuenta de que los problemas eran los mismos para todos. Yo siempre había pensado que los hombres y las mujeres éramos completamente diferentes. Pero, cuando se trata de conflictos sentimentales, no lo somos. Descubrí también que hay mucha gente con sentido del humor y desparpajo.

–A lo que no ha vuelto desde 1998 es a la literatura infantil. ¿La ha abandonado?

–No y me arrepiento de no haber escrito más de este género. Ahora he vuelto al personaje de Pisco y saldrá el cuarto libro en marzo de 2005. Pero lamento no haber escrito uno al año. Es un registro que yo disfruto, pero tengo que divertirme para hacerlo. Sin embargo, para niños de 10 a 12 años no he escrito nada porque no me he sentido capaz de hacerlo.

–¿Cuáles son sus nuevos proyectos?

–He terminado un guión hace poco con mi hermano Nicolás y otro con mi hermano Antón y Miguel Santesmases. He comenzado una novela juvenil y tengo otras ideas. Siempre voy con retraso y tengo más proyectos de los que puedo ponerme a hacer. Me gustaría recuperar a los personajes de Qué te voy a contar, con quince años más. Aquella novela dejaba un final abierto, ahora tengo curiosidad por esos personajes y por saber si yo conservo la frescura que tenía entonces como escritor. Aunque tengo la sensación de que esta se va perdiendo con el tiempo.

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