RELATOS

Campos enteros llenos de flores

Muchnik Editores, 2001

La sombra del desengaño amoroso está presente en cada uno de los relatos que componen Campos enteros llenos de flores, todos ellos, en el juego que nos propone Martín Casariego, obra del imaginario escritor fracasado Máximo C. En tres de estos relatos —los únicos escritos sin intención de ser publicados— el narrador examina otros tantos momentos cruciales en su vida: el fin del curso escolar de 1940, el reencuentro con una antigua novia en 1968 y la crónica de una profunda crisis matrimonial en 2000. El conjunto, ordenado cronológicamente, forma una suerte de biografía, a medio camino entre la novela, el libro de relatos y la confesión.

La prosa directa y afilada de Martín Casariego es aquí el hilo conductor de una conciencia que vive la perplejidad de la relación amorosa, en la que el deslumbramiento de la belleza y la juventud o el delirio de la pasión conviven con el engreimiento, el miedo a la soledad y la traición.

Visión personal

En un principio, Campos enteros llenos de flores iba a ser un libro de relatos formado por una selección de aquéllos de entre los míos, inéditos o no, que más me gustaban. Sin embargo, el proyecto, en apariencia simple, se fue complicando al pensar que, quizá, el niño de «Los puntos de luz», el joven de «Campos enteros llenos de flores» y el anciano de «Carta no enviada de un hombre abandonado a una mujer engañada» fuesen una misma persona. Los tres contaban un desengaño amoroso en primera persona; en el niño se adivinaba el germen de un futuro escritor, el joven ya lo era (aunque fracasado, aún tenía la esperanza de triunfar) y el anciano se tomaba el asunto con otra filosofía. Esos tres relatos reflejaban tres momentos decisivos en la vida de una persona, y los imaginé escritos en un cuaderno íntimo. El resto, seis, intercalados en dos grupos de tres por una cuestión de simetría, serían relatos escritos por esa misma persona, aunque no autobiográficos, y con la intención de ver la luz. Resultó así que el libro empezó a transformarse. De acuerdo con esta idea, escribí algún relato nuevo (que yo imaginaba que podía haber escrito Máximo C.), eliminé otros (porque ya no me cuadraban con ese Máximo C.), corregí todos, adaptando el del niño a 1940 y el del joven a los años 50 y a 1968, y, en fin, cambié el orden (pues, por ejemplo, Y ahora estoy aquí, bajo la luna, no podía estar escrito antes de 1968, ya que el mundo relacionado con las drogas que describe correspondía, más bien, a los años 80). El libro resultante fue así novedoso para mí, y, lógicamente, me ocupó durante bastante más tiempo del que en un principio había previsto. La selección definitiva quedó así:
«Los puntos de Luz»
«El último en besarla»
«Ella y el pequeño Daniel» (leer)
«Funeral por un amigo»
«Campos enteros llenos de flores»
«Los ángeles no se casan con abogados»
«Los abismos de tu espíritu»
«Y ahora estoy aquí, bajo la luna»
«Carta no enviada de un hombre abandonado a una mujer engañada»

La vida de Máximo C. poco tiene que ver —por edad y circunstancias personales— con la mía. Sin embargo, ante la literatura, su punto de vista es casi idéntico al mío (y aquí sí podría exclamar, parafraseando a Flaubert, «¡Máximo C. soy yo!»). Pienso que un escritor ha de emplear técnicas y estilos diferentes, según la historia que esté contando: de ahí el contraste entre unos relatos y otros, que sería equivalente, a otra escala, al que se da entre mis novelas. Creo que Campos enteros llenos de flores podría ser un buen resumen de todo lo que he escrito hasta ahora, con excepción de lo más lúdico, como Qué te voy a contar (aunque esta novela tenía para mí un fondo amargo) o Y decirte alguna estupidez, por ejemplo, te quiero. No incluí ningún relato de ese tono porque no veía a Máximo C. en ese terreno. Yo, por el contrario, sí quiero volver próximamente a esos registros más humorísticos.

Críticas

«Todo libro tiene un centro de gravedad, sea ensayo, poesía o narrativa. Puede estar más o menos explicitado. Su naturaleza es múltiple. Puede ser un tono o una idea. También lo puede ser su filosofía compositiva o su sustancia lingüística. Mal asunto para el que no tenga, su lectura se hace errática y decepcionante. En el último libro de Martín Casariego, Campos enteros llenos de flores, la existencia de ese centro de gravedad es esencial porque él es el que determina la indeterminación de su género, es el que garantiza que su imprecisión genérica funcione como relato unitario y como paradigma de que la ficción hoy no dependa tanto de las reglas explicitadas como de cierto pacto entre autor y lector sobre cómo generar un espacio de emoción estética. Casariego ha escrito un libro de ficción alimentándose de la novela, el cuento y la confesión epistolar. No mezcla estos géneros sino que los hace dialogar para que den como resultado un relato sobre cómo se puede escribir a propósito del sentimiento amoroso. […] Su centro de gravedad es el dibujo de una conciencia de nuestros días cuando piensa sobre el hecho amoroso. Los que hayan leído otros libros de Casariego, novelas como La hija del coronel o La primavera corta, el largo invierno saben de su aversión al lugar común o a la cursilería. […] En Campos enteros llenos de flores Martín Casariego ha puesto todo su saber al servicio de una materia de larga tradición literaria. Y lo ha hecho con la escritura justa, esa que transita con envidiable claridad entre el sentido del dolor y la belleza».

J. Ernesto Ayala-Dip, El País, Babelia, 29-09-2001

«Por su extensión tanto como por su complejidad narrativa, hay que resaltar la pieza central que titula el volumen. […] Una primera lectura produce la impresión de que el autor ha querido ofrecer un relato caótico, deshilvanado. Nada más engañoso: el relato está construido con una maestría bien ajena a los estímulos del alcohol. […] Tiene, pues, razón el autor del texto de sobrecubierta, en casi todo cuanto dice sobre estas excelentes historias de una historia».

Ignacio Soldevila, ABC Cultural, 15-9-2001

«Me agradan los escritores que se enfrentan a la literatura como un reto formal. A ese espíritu responde la escritura de Martín Casariego, quien, a lo largo de su obra, ha ensayado tanto un descarnado neonaturalismo como algunos ecos modernistas. Esa versatilidad siempre la pone al servicio de una indagación sobre los sentimientos. Su nuevo libro, Campos enteros llenos de flores, resulta muy revelador: con él da otra vuelta de tuerca a las emociones, en particular a las vivencias del amor, pero planteándose una forma narrativa especial, desconocida en su obra hasta ahora, original y eficaz. […] (El) minucioso cálculo del sistema compositivo de la obra es lo primero que debe aplaudirse. No se trata de un libro de cuentos al uso. Nos las habemos con una novela de estructura fracturada, compuesta por relatos que tienen independencia. […] Ese cuidado de la composición no indica una voluntad experimental; sólo descubre la búsqueda por parte de Casariego de un medio que potencie el tema —el amor— del que quiere hablar. Y lo hace con infrecuente acierto. Los textos serían trabajos inéditos de un escritor llamado Máximo C. Pero, a su vez, constituyen una especie de novela episódica sobre el citado escritor. Este cálculo compositivo no quita nada a la fuerza comunicativa y emocional del libro. Las piezas resultan variadas en situaciones y enfoque al punto de que la descripción realista convive con ideaciones oníricas. […] Pero hay una que por sí sola justifica el libro entero, la última, certera mezcla de amenidad y hondura, verdaderamente magistral: en ella se despliega la historia de una Lolita y un casado profesor de filosofía con riqueza de matices y penetración psicologica».

Santos Sanz Villanueva, El Cultural, 10-10-2001

Entrevistas

Entrevistas concedidas con motivo de la publicación del libro.

«La fantasía no siempre es mentira, a veces es otra cara de la verdad».

Por Tino Pertierra. La Nueva España, 4 de octubre de 2001.

Consumado escritor en las distancias largas (ahí está la magistral La primavera corta, el largo invierno para demostrarlo), Martín Casariego muestra en Campos enteros llenos de flores (Muchnik) que también pisa fuerte en lasa distancias cortas. El desengaño amoroso recorre cada uno de los relatos del libro, obra de un imaginario escritor fracasado llamado Máximo C.

Martín Casariego.

Por Álvaro Bermejo. El Diario Vasco, 29 de octubre de 2001.

-Máximo C. nos cuenta nueve historias que resumen toda su vida amorosa, desde la infancia a la madurez. Ese niño que confiesa: «Bárbara me rompió el corazón a la edad de 8 años», ¿es el mismo que se enamora perdidamente de una Lolita, 60 años después?
-Se llama igual y sigue con el corazón roto, pero sesenta años no pasan en balde: ha perdido la inocencia.

Un relato: Ella y el pequeño Daniel

Iba por el cuarto martini seco cuando apareció Ella. Ella es Ella porque no me dijo su nombre y porque no he vuelto a verla. Y sin embargo, llegué incluso a imaginarme que nos casábamos. Aunque lo más probable es que de habérselo pedido, Ella hubiera dicho que no. Pero esto es adelantar acontecimientos.
Ella bajó las escaleras lentamente. Tenía una espesa melena negra.
Su torso y su cintura parecían un embudo.
Su torso, su cintura y sus caderas parecían un reloj de arena.
Su torso, su cintura, sus caderas y sus muslos parecían un violín.
Ninguno de los allí presentes éramos violinistas, pero inmediatamente todos sentimos deseos de tocar aquella música, y dejamos de pensar en nuestros asuntos.
Yo dejé de pensar en mi hijo.
No sé por qué, Ella eligió mi mesa. Supuse que se había engañado, que había creído que mi reloj era de oro. Me pidió fuego. Acerqué la llama del mechero a sus labios.
Sus labios y sus ojos, y todas esas cosas…
-¿Casado?
-Sí -dije, y por pereza no aclaré que ya no lo estaba.
-¿Hijos? -exhaló humo por la nariz.
-Uno.
Torpemente, saqué la fotografía de la cartera y se la mostré.
También yo me había dado cuenta de que me temblaban los dedos.
-Es guapo, ¿es guapa la madre?
Asentí con la cabeza.
-Lo siento. Me llaman.
Un tipo bajito y con unas espaldas como un armario le había hecho una seña.
-Enseguida vuelvo.
Me sonrió.
Apuré la copa y pedí un quinto martini seco.
Una vez una sonrisa como aquélla…
Me gustaría saber contárselo algún día a mi hijo.
Mi hijo…
A los cuatro años tenía problemas para atarse los cordones de los zapatos. Ahora tiene seis y no puede ponerse un jersey.
Dos psicólogos distintos dictaminaron lo mismo: lateralidad no definida. No está claro qué hemisferio manda en su cerebro. Pero tampoco es ambidiestro.
Antes yo no sabía que existiera una deficiencia así.
Tiene dificultades para leer.
Pero no es tonto.
Es normal en casi todo, incluso es muy inteligente en algunos aspectos.
Ella volvió, tal como había prometido.
La piel tostada de sus brazos desnudos, y todas esas cosas…
-Lo siento, es el trabajo.
-No importa.
-¿Sigues pensando en tu hijo?
-Nunca podrá abrir una lata ni descorchar una botella, aunque cumpla cuarenta años. Aunque ponga toda su buena voluntad.
Ella me sonrió con mucha ternura, como en otra ocasión, como otra hizo en otra ocasión…
-Lo siento, me llaman. ¿Por qué no pones algo de dinero en la mesa? Así podría quedarme a charlar contigo más tiempo.
Se levantó y se fue.
Saqué un billete y lo coloqué bajo el cenicero, dejando que asomara la mayor parte.
Lástima que mi hijo no pudiera desabrocharse los botones de la camisa, al principio su madre y yo creíamos que era por mimo.
Pero a eso aprenderá, dicen.
Lástima que su padre no pueda mandar más dinero a su madre.
Pero trabajaré, me partiré la cara, claro que sí, mañana mismo…
Lástima que su madre perdiera la confianza en su padre.
Y suerte que tenga la mejor madre del mundo.
Ella regresó a mi lado.
-Guarda el billete. Me gustaría no cobrar, aunque sólo sea por variar.
-¿Por qué vienes a mi mesa, entonces? Creí que era por mi reloj.
-Vale menos que el billete, ¿no?
Sentí un escalofrío. Pronto vendrían más.
-Creo que voy a irme. Quédatelo de recuerdo.
-No lo quiero.
-Por favor.
Me quité el reloj y lo puse en su mano. Estaba cansado de tantos puertos, de tantas caras cambiantes. Estaba cansado del mar y de la tierra.
-¿Dónde vas?
-No lo sé.
-No eres de aquí, ¿verdad?
Eso era evidente. Por otro lado, yo no era de ninguna parte.
-¿Qué más da eso? Aún me queda algún dinero.
-Gástalo conmigo.
-No puedo. Es por el pequeño Daniel.
-Vuelve.
Salí. En la calle, otra mujer me pidió fuego. Sin detenerme, sin mirarla, puse el mechero en sus manos, y mi actitud debió de desconcertarla, pues ni siquiera me dio las gracias.
Seguí el único camino, ése en el que no hay nada detrás y nada delante.

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